René Descartes Al menos desde que Hegel escribió sus Lecciones de historia de la filosofía, en general se
considera a Descartes como el padre de la filosofía moderna, independientemente
de sus aportes a las matemáticas y la física. Este juicio se justifica,
principalmente, por su decisión de rechazar las verdades recibidas, p. ej., de
la escolástica, combatiendo
activamente los prejuicios. Y también, por haber centrado su estudio en el
propio problema del conocimiento, como un rodeo necesario para llegar a ver
claro en otros temas de mayor importancia intrínseca: la moral, la medicina y
la mecánica. En esta prioridad que concede a los problemas epistemológicos, lo
seguirán todos sus principales sucesores. la escritura cartesiana puede
considerarse como intencionalmente críptica. El resultado es algo semejante a
un acertijo, para el que sólo se nos entregan numerosas claves, de modo que la
comprensión de sus obras exige la participación activa del lector. Por ejemplo,
algunas cosas no aparecen en los textos en el orden más natural, como cuando el
método se presenta antes de que Descartes explique por qué cree conveniente
adoptar una regla, sea ésta la que fuere. el filósofo nunca explica por
qué razón eligió originalmente su método, aunque sí dice que más valdría tomar uno
al azar que no seguir ninguno. Y tampoco dice por qué, tanto en las Meditaciones metafísicas como en los Principios..., desarrolla lo que visiblemente son tres pruebas
distintas de la existencia de Dios, al contrario, en la «Carta a los Decanos y
Doctores...» que precede a las Meditaciones, da a entender que
la multiplicidad de pruebas es innecesaria, e incluso dificulta su apreciación.
Siendo éstas dos de las principales cuestiones que Descartes deja sin aclarar
en sus textos, hay muchas más. Por ello es muy posible que el autor, que en la
Flèche había estudiado la emblemática y otras formas de comunicación indirecta,
según Gaukroger, haya querido dejarle una tarea al "lector atento"
para el que escribe. Si esto es cierto, habría que ver sus textos, en parte,
como criptogramas que a sus lectores les corresponde descifrar, aunque para
ello, obviamente, pueden apoyarse en las claves que el mismo filósofo
proporciona.
Georg
Wilhelm Friedrich Hegel Se
suele considerar la primera obra realmente importante de Hegel su Fenomenología
del espíritu (1807), si bien sus -nunca publicados en vida- Escritos de Juventud han
sido objeto de estudio e interpretación desde su publicación a principios del
siglo XX. Otras obras prefenomenológicas, como La
Constitución de Alemania (1802), dan cuenta del triste estado del imperio
romano-germánico a comienzos del s. XIX. El sistema que propone para Alemania y
el resentimiento que ahí expresa por los demás países de Europa, con excepción
de Italia que, según Hegel, comparte el destino de Alemania, hace de esta obra
un extraño presagio de la Segunda Guerra Mundial. En 1802
aparecen sus primeras publicaciones en la Revista Crítica de Filosofía, en la
que trabaja junto a su viejo compañero del Seminario de Tubinga, Schelling.
Immanuel Kant Todo
aquel que se ocupe de filosofía moderna no puede dejar de lado a Kant; tal vez
haya que decir lo mismo de todo aquel que se ocupe de filosofía. Su obra es
típicamente alemana, muy elaborada y un tanto nebulosa. Encerrado en su
gabinete, donde pasó su larga vida de casi 80 años, cuidaba poco el filósofo
del mundo banal, aun cuando lo frecuentaba con placer.
Encasillado en su subjetividad, a la
manera de Descartes, da a sus teorías una dirección
muy distinta a la del filósofo francés
La filosofía de Kant
no niega la existencia de Dios, ni un orden moral, ni la realidad pensable de
un mundo físico. Lo que niega —salvo en lo moral— es que la razón humana pueda
trascender y llegar a esos entes en sí mismos: sean el «mundo», «Dios» o el
«alma». Además Kant constituyó la idea de que el mundo, el sol y todos los
planetas son complementarios unos con otros.
Kant parte de la conciencia, de las
representaciones fenoménicas del yo. Sean provenientes del mundo externo o
interno. Y se aboca, desde un principio, a la estética trascendental.
Kant entiende por sensación el efecto de un objeto
sobre la facultad representativa, en cuanto somos afectados por él. Se entiende
que se prescinde por completo de la naturaleza del objeto afectante y que
solamente se presta atención al efecto que se produce en nosotros, en lo
puramente subjetivo.
La intuición empírica es una percepción cualquiera
que refleja a un objeto, y así el conocimiento es considerado como un medio. La
intuición empírica es la que se refiere a un objeto, pero por medio de la
sensación. El fenómeno es el objeto indeterminado de la intuición empírica. El
árbol puede afectarnos y de él tenemos una representación fenoménica. Nada podemos
saber del árbol en sí. La realidad de la cosa, en ella misma, es un noúmeno no
alcanzable.
Martin Heidegger En Ser y Tiempo, pese a ser una
obra que quedó incompleta, Heidegger plantea ideas centrales de todo su
pensamiento. En ella, el autor parte del supuesto de que la tarea de la
filosofía consiste en determinar plena y completamente el sentido del ser,
no de los entes,
entendiendo por «ser», en general, aquello que instala y mantiene a los entes
concretos en su entidad.
En la comprensión heideggeriana, el hombre es el
ente abierto al ser, pues sólo a él «le va» su propio ser, es decir, mantiene
una explícita relación de co-pertenencia con él. La forma específica de ser que
corresponde al hombre es el «ser-ahí» (Dasein),
en cuanto se halla en cada caso abocado al mundo, lo cual define al «ser-ahí»
como «ser-en-el-mundo» (según traduce José Gaos) o «estar-en-el-mundo» (según vierte Jorge Eduardo Rivera). De esa estructura
parte la analítica existencial del Dasein,
que en Ser y tiempo juega el papel de ontología fundamental.
La distinción de la filosofía moderna, desde Descartes,
entre un sujeto encerrado en sí mismo que se enfrenta a un mundo totalmente
ajeno es inconsistente para Heidegger: el ser del hombre se define por su
relación con el mundo, relación cuya forma de ser no consiste en un «comercio»
entre sujeto y objeto, o en una teoría del conocimiento que también los
implique, sino que es propia de la existencia (Dasein)
como «ser-en-el-mundo», y encuentra su fundamento ontológico en el «Cuidado»
(Rivera) o «Cura» (Gaos) (Sorge). Estas categorías (en rigor,
existenciales o existenciarios [Existenzialien]) le sirven para
comprender por dónde pasa la diferencia entre una vida auténtica, que reconozca
el carácter de «caída» que tiene la existencia (propiedad), es decir, la
imposibilidad de dominar su fundamento (el ser), y una vida inauténtica o
enajenada, que olvida el ser en nombre de los entes concretos (impropiedad).
La dimensión temporal del ser y la dimensión
temporal del hombre —en cuanto proyecto del «ser-ahí» y enfrentamiento a la
muerte (el ser-ahí es también «estar vuelto hacia la muerte» [Sein zum Tode])—,
sería el otro gran olvido de la filosofía clásica. El esfuerzo de Heidegger por
pensar el ser como relación de los entes en el tiempo está en la base del
posterior movimiento hermenéutico.